miércoles, 17 de marzo de 2010

FIDEL Y RAÚL (O CÓMO LA PAZ NUNCA ENVEJECE)

Sobre el asunto de la huelga de hambre de Guillermo Fariñas en Cuba es preciso puntualizar algunas observaciones.

La primera, es que Guillermo Fariñas no es un ciudadano cubano ni común ni corriente. Hijo de defensores y activos promotores del proyecto revolucionario cubano en su origen (años 60’s) –su padre, miembro del Movimiento 26 de Julio, y su madre enfermera voluntaria internacionalista durante el proceso independentista de Argelia-, Fariñas fue miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, donde destacó como miembro de Tropas Especiales en la guerra de Angola (años 70’s y 80´s) habiendo sido preparado y formado en la antigua URSS para dicha misión. También prestó servicios como miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado, adherido a la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba y tiene formación académica como psicólogo.

Es decir, Fariñas es un hombre que en su momento creyó en la Revolución Cubana y a ella dedicó sus esfuerzos exponiendo muchas veces su vida, y su crítica principal hoy en día, que ha convertido en lucha, es la demanda de libertad para 26 presos de conciencia.

Nuevamente, creo que los hermanos Fidel y Raúl Castro destacan por querer liquidar más a sus amigos que a sus enemigos.

Entiéndanse, por un lado, la enorme lista de perseguidos, fusilados, desacreditados y desaparecidos, no de enemigos de la Revolución Cubana, sino de líderes, intelectuales, militares cubanos que una vez profesaron su absoluto amor por las consignas revolucionarias cubanas y que cayeron en desgracia cuando manifestaron su desilusión por la postura de autoculto a la personalidad de los hermanos Castro; y por otro lado, la inamovilidad del Bloqueo estadounidense desde 1962, y lo tranquilos que han estado 11 presidentes norteamericanos ante la “amenaza” cubana, todo este tiempo (desde 1959).

Ahora bien, disidentes y huelguistas en hambre cubanos, ante la injusticia del régimen hasta ahora, es decir, mientras Fidel Castro era la cabeza visible de la Revolución, han pasado, en lo general, desapercibidos ante la opinión pública, a la luz de la imagen carismática de Fidel (su voz y sus gestos cautivan aún hoy a quienes con nostalgia recurren a la memoria gráfica de su persona). Pero Raúl… Raúl Castro nunca fue el Comandante en Jefe. Nunca se autoproclamó Líder de la Revolución. Nunca, salvo en abril de 1959, ha pisado suelo norteamericano. Y mucho menos para, como hizo su hermano en ese abril de 1959, seducir a la prensa y convencer al pueblo norteamericano y a buena parte de la opinión pública que él no era comunista. Aunque fuese por sólo dos años.

Raúl siempre fue el No. 2 del régimen. Desde el inicio. El gran operador al interior de la Isla. Quien tejía los hilos finos del poder y la represión, teniendo información puntual y oportuna a toda hora, de todo movimiento a favor o en contra de la dictadura. Pero todo acto de control, de represión, de proclama en defensa de la Revolución, se hizo siempre a nombre de Fidel. Al amparo de él. Siempre estuvo su imagen en vivo, en cadena nacional, para ratificar el proceder del aparato de seguridad del Estado o el uso de la fuerza pública. De aquel joven de 32 años en 1959, que venció al ejército de Batista; perpetuado en imagen, esa imagen, hasta 2006.

Quizá no haya mucha diferencia entre Guillermo Fariñas y Pedro Luis Boitel (1972). Tampoco quizá entre Fariñas y Raúl Rivero (2003). O entre Fariñas y Arnaldo Ochoa (1989). La diferencia es que ahora Fidel no puede salir en televisión a denostar a sus críticos y a desacreditarlos como antaño. Quien gobierna y lo hace casi solo –mediáticamente, completamente solo- es Raúl Castro, que no tiene la milésima parte de carisma que Fidel.

Por eso, Raúl no se ha atrevido a silenciar a Fariñas. Porque esta vez no estará un Fidel vigoroso, feroz, agresivo que lo justifique. O un Fidel sonriente y apacible que lo explique ante la prensa internacional, con aquella vitalidad que lo caracterizó –al menos, en pantalla- hasta 2006.

Sí. Raúl sí está pensando en que quizá lo mejor para prolongar unos minutos más su poder sea liberar a esos 26 presos políticos. Tal vez no se atreva porque no sabe cómo. Después de todo, nunca lo ha hecho en estos 51 años que ha co-reinado con su hermano mayor en la Isla de Cuba.

martes, 9 de marzo de 2010

DE LA DESIDIA EN TIEMPOS DE CÓLERA (O PARA HONRAR A LAS MUJERES)

Parece que Felipe Calderón quiere llevar la fiesta en paz con el PRD.

Señales de ello, son el desconocimiento de un gobierno y sistema judicial, el de Honduras, que puso un alto a un presidente que amenazaba a la paz social de su país con medidas de tinte de lucha de clases, así como el tomarse la foto, muy sonriente, en la pasada Cumbre de la Unidad, con personajes vulgares como Raúl Castro y Evo Morales, que paulatinamente han ido coartando las libertades de expresión y de asociación en sus países.

Es de todos conocido el arresto simultáneo de 100 disidentes cubanos el pasado día 25 de febrero y la también reciente censura a los medios para cubrir las exequias del disidente cubano Orlando Zapata, muerto a causa de su huelga de hambre contra el régimen.

Con este tipo de liderazgos -y el de Hugo Chávez-, al menos mediáticamente, y con el azul del Mar Caribe de fondo, dice buscar la “unidad” nuestro Presidente. Si esto hace un panista, ya podemos imaginar qué hubiera hecho el presidente “legítimo” que estuvo becado en Cuba durante su juventud.

Démosle el beneficio de la duda a nuestro Presidente, hasta aquí, pensando que, a imitación de Juan Pablo II, quiere estar abierto al diálogo con gente, que parece que no fue a la escuela y cuya dialéctica sólo es la del garrote y la ametralladora. Todos somos redimibles, después de todo.

Lo que de verdad no parece de buena voluntad, a la luz de la enorme cantidad de vidas que ha cobrado la lucha contra el narco que se libra en nuestro país, es que en estos tres años de gobierno sólo haya visitado una vez –una sola vez- Washington, la capital del país que es el mayor mercado de drogas en el mundo.

Y no solamente es el mayor mercado de drogas en el mundo. Es un país cuyo sistema judicial, no parece ir en la dirección de acotarle el camino ni al consumo ni al tráfico de drogas; al menos a la mariguana, que es la que representa el mayor volumen. Tan sólo en California, hay más expendios establecidos de mariguana que escuelas públicas.

¿Porqué no se toma un minutito nuestro presidente, invita a su homólogo estadounidense a Huatulco; que se despachen con gusto si quieren en hospedaje, alimentos y bebidas (con gusto acepto ser contribuyente para ello), y que el afroamericano de una vez por todas nos ahorre ya el suspenso y diga si su Congreso de verdad enfrentará el consumo de drogas o no, y en consecuencia nos emparejemos con ellos?

¿Qué caso tiene tanto esfuerzo en combatir aquí al narco si en esta guerra estamos solos? Además, no estamos como para derrochar recursos si, según datos de la misma PGR, se liberan a la postre 75 de cada 100 arraigados en esta lucha.

Repito, con relación a la mayor potencia mundial, que es nuestra vecina, ¿porqué, legalmente, judicialmente, tenemos que estar tan discordes en el tema del combate al narcotráfico?, ¿qué no tenemos un Tratado de Libre Comercio con ellos, no nos decimos sus “socios comerciales” –y ellos a nosotros “amigos”- y sostenemos los mismos principios de igualdad, fraternidad y libertad? ¿Qué no el nombre de Benito Juárez está escrito en letras de oro en el Capitolio de Washington? ¿Qué no ellos son el mayor mercado de nuestros productos y nosotros el mayor mercado de los suyos?

Si allá, hasta se incentiva el consumo de mariguana, ¿porqué acá adoptamos una postura radicalmente contraria que lo único que provoca son fuerzas de mercado asociadas a fuerzas del crimen, con magnitudes tales que nos arrancan día con día cientos de vidas?

A no ser que nuestro presidente sea racista, no encuentro otra razón por la que no haya querido sentarse a dialogar con Barack Obama más que dos veces en estos tres años (una en Washington y una aquí en el Museo de Antropología e Historia), que la de una perversidad omisa por tratar un tema que, en su lógica a él le abona adeptos, pero a todos nos abona viudas y madres que súbitamente dejan de serlo.

(Por cierto, ésa sería la mejor forma de honrar a nuestras mujeres: perpetuar, con inteligencia y trabajo -en vez de violencia-, su condición de madres y esposas.)

ESTIMADA ANA MAGDALENA

Este espacio pretende ser la continuación del artículo de un entrañable amigo, José Luis Martín, que escribió sobre Ana Magdalena de Bach, segunda esposa de Juan Sebastián Bach.

Lo anterior, con ocasión del mes del amor y la amistad; y el siguiente, mes de la mujer.

A continuación, la segunda parte:

"La serie de citas podría ser interminable. Y hay que señalar que no son palabras de coba aduladoras de un viviente. No son tampoco los elogios fúnebres dichos en la gloria del recién muerto. Es lo que se piensa y se siente cuando la muerte empieza a quedar lejana, cuando lo que se palpa es la miseria que se ha recibido por única herencia y cuando todo lo demás es olvido.

Pero un amor así, una devoción así, son el mejor premio que un hombre puede conquistar en este mundo. Pero ahora quiero añadir algo más. He leído estas frases a algunas amigas, y todas ellas –como si se hubieran puesto de acuerdo- me han comentado lo mismo: “Así, cualquiera. A un hombre como Bach debía resultar fácil amarle y admirarle.”

Y esta respuesta me ha dejado el alma llena de preguntas. Algunas que me parecen muy importantes:

-¿Amó Ana Magdalena a Juan Sebastián porque le comprendía y admiraba o, por el contrario, le comprendió y admiró porque le amaba?

-¿Amó Ana Magdalena a Juan Sebastián porque él era un hombre extraordinario o tal vez fue él un hombre extraordinario porque se vio envuelto en un amor así? No son juegos de palabras.

Y creo que valdrá la pena intentar contestarlas. A la primera ha respondido la propia Ana Magdalena, cuando en el título del primer capítulo del libro nos dice que “le comprendió del todo porque le amaba”. Cuando nos explica, sin rodeos, que “Sebastián era un hombre muy difícil de conocer no amándole”.

Nos equivocamos si juzgamos desde el hoy. En su época, nadie –sino Ana Magdalena y muy pocos más- descubrió que Bach era el genio que hoy reconocemos. Los que le juzgaban con sus rutinas o sus inteligencias le creyeron un músico más. Y le olvidaron apenas muerto. Sólo Ana Magdalena se atrevió a asegurar, años después de su muerte, que “aunque los hombres desatienden hoy su recuerdo, no lo olvidarán para siempre. La humanidad no podrá guardar silencio sobre él mucho tiempo”.

Sólo ella entendió que cuando el mundo pensaba, más que en él, en la obra de sus hijos, en el futuro sería la música de Sebastián la que se impondría. ¿Es que Ana Magdalena se engañaba cegada por su amor o es que su amor se volvía profético y mucho más inteligente que la inteligencia de sus contemporáneos?

Quiero decir aquí algo que he pensado muchas veces: que el corazón no es sólo el órgano del amor, sino que puede ser también el órgano del conocimiento. Que no sólo se entiende con la razón. Que hay campos humanos en los que el “corazón tiene razones con las que no cuenta la inteligencia”. ¡Cuántos matrimonios no se entienden porque no se aman! ¡Cuántas cosas ininteligibles empiezan a clarificarse cuando se miran con un nuevo amor!

Pero aún me interesa más la segunda pregunta: la cuestión de la mutua fecundación de los que se aman. No sólo en lo físico es fecundo el amor. Los que se aman se reengendran el uno al otro, se multiplican y recrean. Y así el amor de Ana Magdalena la multiplicó a ella y multiplicó a Sebastián. La multiplicó a ella.

Durante su vida, “una palabra de aprobación suya valía más que todos los discursos de este mundo”. Después de su muerte, “aunque no tengo ningún objeto que me lo pueda recordar, bien sabe el cielo que no es necesario, pues me basta con el inestimable tesoro de recuerdos que descansa en mi corazón”.

Aquel amor les rejuvenecía a los dos: “Cuando me miraba al espejo creía verme tal como era cuando le conocí. Pero, sea cual fuese la ilusión que yo me hiciera a ese respecto, siempre es mejor que envejezca el rostro que el amor. Yo había mirado el rostro de Sebastián con tanta constancia, que todas las transformaciones producidas en él escaparon a mi percepción desde el día en que le vi por primera vez en la iglesia de Santa Catalina de Hamburgo, y tenía que hacer expresamente comparaciones para convencerme de que también en sus queridas facciones el tiempo había realizado su obra.”

Pero esto no es todo. Lo importante es preguntarse qué parte de la música de Bach debemos al amor que Ana Magdalena le profesó. ¿Habría compuesto Juan Sebastián aquel universo de armonía y serenidad de no tenerla a su lado? Ana era absolutamente consciente –ya desde el mismo día de su boda- de que “si en alguna forma le hacía desgraciado, corría el peligro de malograr su música”.

¿Podemos entonces preguntarnos cuántos genios no se habrán malogrado por no haber sido suficientemente amados? ¿Cuántas obras musicales o poéticas nacieron avinagradas porque en una casa los nervios dominaron al amor?Esta idea debería angustiarnos. Nuestra falta de amor no sólo puede hacer infelices a quienes nos rodean, puede también volverles infecundos o enturbiar su fecundidad.

¿Tal vez es la falta de “mi” amor, de “nuestro” amor, lo que hace desgraciado este mundo en que estoy?

Querida Ana Magdalena, gracias por tu amor, gracias por la música de tu esposo.

Yo sé que la escribisteis los dos juntos, con vuestro amor. ”

ANA MAGDALENA

Con su permiso, me permitiré subir, compartir con ustedes, un artículo que un amigo escribió reflexionando sobre el amor. Sobre el amor ya en acción. Es decir, sobre el amar.

Es el caso específico del amor que Ana Magdalena Wülken (en su tiempo, esposa de Juan Sebastián Bach) le profesó a su esposo. En efecto, invita a la reflexión. A dar ese paso de la entrega. De la apertura al otro.

En México, según la ONU, se vive de “criminalidad epidémica”, término dado cuando se rebasa el umbral de 8 asesinatos por cada 100 mil habitantes. En el país, en promedio contamos con 12 asesinatos por cada 100 mil habitantes. (En Ciudad Juárez, la cifra asciende a 101.)

Es menester, pues, compartir estas reflexiones si creemos que es mandatorio amar. Es decir, que si uno no ama, no viviría.

Aquí la reflexión:

"De todos los seres humanos, aquel hacia quien he tenido mayor envidia en mi vida ha sido Juan Sebastián Bach: ante la estatura de su genio, me he sentido un pigmeo; ante la serenidad de mar en calma de su espíritu, me ha parecido un laberinto de confusiones el mío; ante su equilibrio como ser humano, me he experimentado neurótico; me he visto trivial y frívolo contemplando su hondura.

Pero hoy tengo que confesar algo nuevo: si hasta ahora lo envidié, ante todo, por su música, por su obra colosal, hoy creo que le envidio mucho más por su mujer, por el don infinito de haber sido querido por alguien como Ana Magdalena Bach.

Acabo de leer uno de los libros más bellos que existen no por su calidad literaria, sino por el río de amor que arrastra cada una de sus páginas: La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, de la que tanto había oído hablar, pero no conocía.

Es un libro super sencillo. Una mujer ingenua, no excepcionalmente culta, habla con el tono de una niña adorante, del hombre que llenó su vida. Lo hace cuando él ha muerto, cuando todos han empezado ya a olvidarle, cuando vive en la miseria porque su marido no supo ahorrar y ha sido necesario malvender los pocos recuerdos que de él quedaban. Cuando ya sólo queda el amor o el recuerdo infinitamente dulce de aquel amor.

Confieso que nunca creí que pudiera existir en el mundo un cariño tan tierno, tan intenso, tan desinteresado, tan duradero, tan profundo, tan verdadero. Y me parece que sólo ahora empiezo a entender aquel universo de música que Juan Sebastián pudo escribir envuelto en aquel océano de amor.

Hay páginas en las que uno no sabe si conmoverse o si reír ante la “adoración” con que Ana Magdalena habla de Sebastián. Ved algunas frases que dan el tono del libro entero:

- Cada vez que le veía mi corazón empezaba a latir con tal fuerza que me impedía hablar.

- Una sola vez en la vida, fui lo suficientemente tonta como para creer que él estaba equivocado.

- En mi corazón estaba siempre viva la sensación de que él era más grande que todos los reyes.

- Sobre María Bárbara (dice, aludiendo a la primera mujer de Bach, sin sentir los menores celos de ella) se derramó la bendición de su amor. Aunque a veces pienso, con una sonrisa, que a mí me quiso más que a ella, o al menos, por la bondad de la Providencia durante más tiempo.

- Vivir con él y verle día a día era una felicidad que no hubiera podido merecer, ni he merecido nunca. Durante mucho tiempo viví en un estado de asombro, como en un sueño, y algunas veces, cuando Sebastián estaba fuera de casa, se apoderaba de mí el terror de que pudiera despertar de ese sueño y volver a ser la niña Ana Magdalena Wülken en lugar de la esposa del maestro de capilla Bach.

- A nosotros nos dejaba mirar su corazón, que era el más hermoso que ha latido en este mundo.

- Nunca quisiera dejar de ser la pobre vieja abandonada que ahora soy si hubiera que comprar la más hermosa y honorable vejez o de no haber sido su compañera.

- Ya no tengo –dice la última página del libro- ningún motivo para vivir: mi verdadero destino llegó a su fin el día en que se apagó la vida de Sebastián, y pido diariamente a Dios en mis oraciones la gracia de que me lleve de este lugar de sombras y me vuelva a reunir con el que, desde el primer momento en que le vi, lo fue todo para mí. Solamente lo terrenal me separa de él.
"

Hasta aquí, una primer parte del artículo de mi amigo.

En la siguiente intervención incluiré la segunda parte, para efectos de hacerlo más comprensible. Digerible, diría yo.