martes, 9 de marzo de 2010

ANA MAGDALENA

Con su permiso, me permitiré subir, compartir con ustedes, un artículo que un amigo escribió reflexionando sobre el amor. Sobre el amor ya en acción. Es decir, sobre el amar.

Es el caso específico del amor que Ana Magdalena Wülken (en su tiempo, esposa de Juan Sebastián Bach) le profesó a su esposo. En efecto, invita a la reflexión. A dar ese paso de la entrega. De la apertura al otro.

En México, según la ONU, se vive de “criminalidad epidémica”, término dado cuando se rebasa el umbral de 8 asesinatos por cada 100 mil habitantes. En el país, en promedio contamos con 12 asesinatos por cada 100 mil habitantes. (En Ciudad Juárez, la cifra asciende a 101.)

Es menester, pues, compartir estas reflexiones si creemos que es mandatorio amar. Es decir, que si uno no ama, no viviría.

Aquí la reflexión:

"De todos los seres humanos, aquel hacia quien he tenido mayor envidia en mi vida ha sido Juan Sebastián Bach: ante la estatura de su genio, me he sentido un pigmeo; ante la serenidad de mar en calma de su espíritu, me ha parecido un laberinto de confusiones el mío; ante su equilibrio como ser humano, me he experimentado neurótico; me he visto trivial y frívolo contemplando su hondura.

Pero hoy tengo que confesar algo nuevo: si hasta ahora lo envidié, ante todo, por su música, por su obra colosal, hoy creo que le envidio mucho más por su mujer, por el don infinito de haber sido querido por alguien como Ana Magdalena Bach.

Acabo de leer uno de los libros más bellos que existen no por su calidad literaria, sino por el río de amor que arrastra cada una de sus páginas: La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach, de la que tanto había oído hablar, pero no conocía.

Es un libro super sencillo. Una mujer ingenua, no excepcionalmente culta, habla con el tono de una niña adorante, del hombre que llenó su vida. Lo hace cuando él ha muerto, cuando todos han empezado ya a olvidarle, cuando vive en la miseria porque su marido no supo ahorrar y ha sido necesario malvender los pocos recuerdos que de él quedaban. Cuando ya sólo queda el amor o el recuerdo infinitamente dulce de aquel amor.

Confieso que nunca creí que pudiera existir en el mundo un cariño tan tierno, tan intenso, tan desinteresado, tan duradero, tan profundo, tan verdadero. Y me parece que sólo ahora empiezo a entender aquel universo de música que Juan Sebastián pudo escribir envuelto en aquel océano de amor.

Hay páginas en las que uno no sabe si conmoverse o si reír ante la “adoración” con que Ana Magdalena habla de Sebastián. Ved algunas frases que dan el tono del libro entero:

- Cada vez que le veía mi corazón empezaba a latir con tal fuerza que me impedía hablar.

- Una sola vez en la vida, fui lo suficientemente tonta como para creer que él estaba equivocado.

- En mi corazón estaba siempre viva la sensación de que él era más grande que todos los reyes.

- Sobre María Bárbara (dice, aludiendo a la primera mujer de Bach, sin sentir los menores celos de ella) se derramó la bendición de su amor. Aunque a veces pienso, con una sonrisa, que a mí me quiso más que a ella, o al menos, por la bondad de la Providencia durante más tiempo.

- Vivir con él y verle día a día era una felicidad que no hubiera podido merecer, ni he merecido nunca. Durante mucho tiempo viví en un estado de asombro, como en un sueño, y algunas veces, cuando Sebastián estaba fuera de casa, se apoderaba de mí el terror de que pudiera despertar de ese sueño y volver a ser la niña Ana Magdalena Wülken en lugar de la esposa del maestro de capilla Bach.

- A nosotros nos dejaba mirar su corazón, que era el más hermoso que ha latido en este mundo.

- Nunca quisiera dejar de ser la pobre vieja abandonada que ahora soy si hubiera que comprar la más hermosa y honorable vejez o de no haber sido su compañera.

- Ya no tengo –dice la última página del libro- ningún motivo para vivir: mi verdadero destino llegó a su fin el día en que se apagó la vida de Sebastián, y pido diariamente a Dios en mis oraciones la gracia de que me lleve de este lugar de sombras y me vuelva a reunir con el que, desde el primer momento en que le vi, lo fue todo para mí. Solamente lo terrenal me separa de él.
"

Hasta aquí, una primer parte del artículo de mi amigo.

En la siguiente intervención incluiré la segunda parte, para efectos de hacerlo más comprensible. Digerible, diría yo.

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