miércoles, 23 de septiembre de 2009

DONDE LA RAMPA (DE DISCAPACITADOS) ES TODA LA ESQUINA

Agradezco enormemente el gesto de Isaac de disculparme con usted, amable lector, ante mi ausencia el pasado miércoles. De cualquier manera debo hacerlo yo también.
Creí poder escribir desde la otrora capital del imperio austro-húngaro mi espacio de los miércoles en este blog. Pero sufrí escasez de recursos –qué raro- allá. Uno lleva lo mexicano como sello indeleble. Como quiera creo que debo compensar ese espacio y trataré pronto de escribir por partida doble.
Hubo muchos aspectos que me asombraron de los austriacos. Por ejemplo, el que las aguas municipales de Viena no descarguen en el río Danubio sino en una planta de tratamiento con capacidad para toda la capital y su industria asociada. Es la planta de tratamiento la única autorizada para descargar en el Danubio –una vez tratadas sus aguas-.
Ay de aquél que ose verter sus aguas residuales en el río: más le valiera no haber nacido. Lo mismo pasa con la emisión de desechos en el aire y con la separación de residuos sólidos. Sufre la peor de las multas ($) quien se atreva a ir en contra de la normatividad. Y es que, sabedores que los recursos los comparten (el Danubio con 12 países más y el aire con todo el planeta), no se sienten con el mínimo derecho de contaminar algo que lo reciben limpio.
No se asumen pues, como dueños absolutos de los recursos limitados con que disponen.
¿Por qué tan cuidadosos? Encontré que están convencidos de que es más caro el no cuidar dichos recursos que el cuidarlos. Y actúan en consecuencia. Orgullosos de su herencia cultural, histórica, científica y artística, también lo están de los recursos con que los dotó la naturaleza. Orgullosos de lo que son, aprecian lo que tienen.
Me parece que ahí está el dilema (vs. nosotros, los mexicanos; que empezamos por no ser orgullosos de lo que somos). Y es que no se andan con espejismos de que por ser derecho universal, el acceso a un servicio debe ser gratuito –como aquí, la educación, y en la práctica, el agua-. No. El agua limpia cuesta. Y se cobra. Al precio justo y a todos por igual. Aquí, pagamos un precio idílico por el agua, y tenemos casi la mitad de ella (potable) perdida en el pavimento, por fugas.
Es ésa la perversión del sistema que nos rige: la educación debe ser gratuita –y el agua por lo que se ve, también-; y el resultado es que no tenemos ni educación ni agua. Bonita manera de someternos paupérrimos. Con la venta.. perdón, regalo de un sueño.
Ah, sí. Las banquetas vienesas. Cada esquina es toda ella una rampa para los discapacitados. Lo que significa que, o a los discapacitados les otorgan las mismas libertades de tránsito que a los demás, o más de la mitad –quizá todos- se asumen como discapacitados; lo cual me parece el mejor homenaje al derrumbe del mito de creer haber alcanzado la perfección.

2 comentarios:

Wadanco dijo...

Me gustó mucho esta línea:

la educación debe ser gratuita –y el agua por lo que se ve, también-; y el resultado es que no tenemos ni educación ni agua. Bonita manera de someternos paupérrimos. Con la venta.. perdón, regalo de un sueño.

Completamente de acuerdo.

Pedro dijo...

Sergio, gracias por tu comentario.

Uno creería que el tratarnos como estúpidos pudiera llegar a ser candidez. En la realidad, es más perverso que muchas cosas.

Acabo de corregir algunas cosas de redacción, por cierto.