Para el pueblo hondureño
Todo comenzó una mañana del 28 de junio cuando un grupo de militares arrestara al jefe supremo de la República de Honduras en el mismísimo Palacio de Gobierno. Días antes, el mandatario demandó hacer un plebiscito con miras a una posible reelección, lo que causó conmoción dentro del gabinete y la negativa por parte del Secretario del Jefe del Estado Mayor, del Congreso de la Unión y de la Suprema Corte de Justicia.
Así fue como pasó lo que para muchos era impensable: el gobierno de Honduras fue víctima de un golpe de estado.
De una manera sencilla, podríamos definirlo como la toma del poder político por la vía de la fuerza armada y sin previo aviso, despojando al presidente electo legítimamente y quitando el derecho de voto de los ciudadanos. Esto aunado a que los gobiernos golpistas toman el control de los medios de comunicación, no admiten opositores y suspenden el estado de derecho de manera “temporal”.
Un ejemplo claro es Chile, cuando el general Augusto Pinochet se autonombró presidente de la República, gracias al apoyo total de las fuerzas armadas. Dos años más tarde, decidió cambiar la Constitución por medio de un plebiscito para que pudiera gobernar ocho años más. Estos años estuvieron marcados por una fuerte opresión: miles de personas fueron asesinadas, desaparecidas o tuvieron que partir al exilio. El gobierno optó por la construcción de los centros de detención y de tortura para los opositores. En el aspecto político, los partidos de izquierda fueron prohibidos y los de derecha suprimidos. No existía Parlamento. El poder judicial no tenía voz alguna y se limitaba a hacer lo que el gobierno le exigía.
México nunca ha vivido un régimen dictatorial como lo pudieron sentir Argentina, Chile, Uruguay, El Salvador, Guatemala o Nicaragua, y quizás por ello no logremos entender los alcances o las dimensiones que tiene una acción como ésta. Sin embargo, hay tantos y tantos videos y narraciones sobre lo que fue vivir en un régimen como éste que no podemos ser ajenos a esta situación y de ahí mi solidaridad con el pueblo hondureño.
Los principios de la democracia claman que el poder reside en el pueblo y es impresionante cómo en Honduras ha pasado todo menos eso. La cúpula política ha dejado una vez más de lado al pueblo como si fuera una manada que fácilmente se encierra en un corral.
Y todo esto me trae muchas dudas e inquietudes: ¿Realmente el poder es tan irresistible como para encarcelar a toda una nación?
Si esto fuera verdad, ¿a qué estamos condenados como pueblos?
El auge de las dictaduras en nuestro continente se dio en la década de los setenta, y ya para los años noventa las ansias de libertad y de toma de la democracia se volvieron una lucha constante y urgente. Después de 20 años pareciera que todos los esfuerzos se vienen abajo. Hoy más que nunca urge que las naciones de todo el mundo rechacen esta acción y no permitan que esta crisis crezca, sino perderíamos los avances de miles y miles de latinoamericanos que han dejado tierra, familia y hasta la vida por este sueño. Finalmente, para darnos un poco de esperanza, me quedo con la cita de Gustavo Emmerich: “Aunque con altibajos, retrocesos e imperfecciones notorias en lo político, con impresionantes rezagos sociales, con notoria concentración de la riqueza y el ingreso, la democracia política es hoy, en casi toda América Latina, una realidad irrenunciable; y donde todavía no lo es, es una aspiración incontenible”.
Todo comenzó una mañana del 28 de junio cuando un grupo de militares arrestara al jefe supremo de la República de Honduras en el mismísimo Palacio de Gobierno. Días antes, el mandatario demandó hacer un plebiscito con miras a una posible reelección, lo que causó conmoción dentro del gabinete y la negativa por parte del Secretario del Jefe del Estado Mayor, del Congreso de la Unión y de la Suprema Corte de Justicia.
Así fue como pasó lo que para muchos era impensable: el gobierno de Honduras fue víctima de un golpe de estado.
De una manera sencilla, podríamos definirlo como la toma del poder político por la vía de la fuerza armada y sin previo aviso, despojando al presidente electo legítimamente y quitando el derecho de voto de los ciudadanos. Esto aunado a que los gobiernos golpistas toman el control de los medios de comunicación, no admiten opositores y suspenden el estado de derecho de manera “temporal”.
Un ejemplo claro es Chile, cuando el general Augusto Pinochet se autonombró presidente de la República, gracias al apoyo total de las fuerzas armadas. Dos años más tarde, decidió cambiar la Constitución por medio de un plebiscito para que pudiera gobernar ocho años más. Estos años estuvieron marcados por una fuerte opresión: miles de personas fueron asesinadas, desaparecidas o tuvieron que partir al exilio. El gobierno optó por la construcción de los centros de detención y de tortura para los opositores. En el aspecto político, los partidos de izquierda fueron prohibidos y los de derecha suprimidos. No existía Parlamento. El poder judicial no tenía voz alguna y se limitaba a hacer lo que el gobierno le exigía.
México nunca ha vivido un régimen dictatorial como lo pudieron sentir Argentina, Chile, Uruguay, El Salvador, Guatemala o Nicaragua, y quizás por ello no logremos entender los alcances o las dimensiones que tiene una acción como ésta. Sin embargo, hay tantos y tantos videos y narraciones sobre lo que fue vivir en un régimen como éste que no podemos ser ajenos a esta situación y de ahí mi solidaridad con el pueblo hondureño.
Los principios de la democracia claman que el poder reside en el pueblo y es impresionante cómo en Honduras ha pasado todo menos eso. La cúpula política ha dejado una vez más de lado al pueblo como si fuera una manada que fácilmente se encierra en un corral.
Y todo esto me trae muchas dudas e inquietudes: ¿Realmente el poder es tan irresistible como para encarcelar a toda una nación?
Si esto fuera verdad, ¿a qué estamos condenados como pueblos?
El auge de las dictaduras en nuestro continente se dio en la década de los setenta, y ya para los años noventa las ansias de libertad y de toma de la democracia se volvieron una lucha constante y urgente. Después de 20 años pareciera que todos los esfuerzos se vienen abajo. Hoy más que nunca urge que las naciones de todo el mundo rechacen esta acción y no permitan que esta crisis crezca, sino perderíamos los avances de miles y miles de latinoamericanos que han dejado tierra, familia y hasta la vida por este sueño. Finalmente, para darnos un poco de esperanza, me quedo con la cita de Gustavo Emmerich: “Aunque con altibajos, retrocesos e imperfecciones notorias en lo político, con impresionantes rezagos sociales, con notoria concentración de la riqueza y el ingreso, la democracia política es hoy, en casi toda América Latina, una realidad irrenunciable; y donde todavía no lo es, es una aspiración incontenible”.
Los invito a ver este video, quizás escuchando este testimonio no seamos tan indiferentes al sufrimiento de los que están viviendo esta tragedia.
2 comentarios:
Hola Ceci. Mi opinión, tanto en el caso de Chile como de Honduras es que los golpes de estado que sufrieron, fueron producto de una reacción. De una respuesta. Sí, como dices, de un grupo de poder que veía amenazada su permanencia. Yo opino que tanto Manuel Zelaya como Salvador Allende -y hay registros de ello- también estaban conspirando de manera previa. Querían hacerse de más poder, lo habían expandido o estaban en planes para ello. No creo que ambos mandatarios hayan sido víctimas pero sí sus pueblos.
Por lo visto el regreso a la prehistoria se está generalizando, aunque podríamos llamarlo: el regreso a la PRIhistoria... que horror!!!!.
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