viernes, 10 de julio de 2009

CHILANGOS SOMOS Y EN EL CAMINO ANDAMOS

Amanece, suena el despertador y cada día comienzo a arreglarme con mayor rapidez… “No vaya a ser la de malas y me toque más tráfico de costumbre y llegue tarde a mi cita”. No sé si a ustedes les ha pasado esto, pero yo me he vuelto víctima de la tensión y del miedo de las calles de nuestra ciudad. Por ello, decidí que, después de las fatídicas elecciones, debíamos darles un suspiro y escribir un poco de lo que vivimos cada día en esta magnífica ciudad de México.

Como les comentaba, tengo la mala costumbre de salir siempre uno o dos minutos antes de la hora supuestamente planeada, ya que por mi mente pasan miles de escenas trágicas: la marcha número 456 de los antorchistas; la falta de semáforos por el tormenton que cayó ayer; el choque del pesero contra dos o tres burócratas deprimidos o, simplemente, el ataron de un tráiler debajo de un puente porque pensó que la “libraba”. Así que cuando estas ideas nublan mi mente, empieza el primer estrés del día: bañarme corriendo, lavar los trastes como el genio de maestro limpio, hacer la cama en modo fast track, checar que no haya dejado nada prendido en la cocina, cerrar las ventanas y ¡córrele!

Una vez que llego a mi coche, siempre de los siempres me persigno y le agradezco a Dios por un nuevo día (aunque en mi mente siguen las imágenes de las tragedias) y me lanzo al ataque de las calles de la ciudad. Al tomar insurgentes empieza el segundo estrés del día: “Nooooooo!” me digo a mí misma, “debí haber salido 5 minutos antes, si el agua caliente hubiera salido más rápido de la regadera….”. Empiezan los claxonazos, el típico chilango que te echa las altas por nada, y yo sigo sin entender porqué llevamos 10 minutos estacionados… Finalmente paso el primer semáforo y para mi sorpresa no hay marchas, no hay choques, no hay autos descompuestos… y sigo y sigo buscando la causa de mis minutos perdidos y de repente, torno la cabeza y veo a uno de nuestros famosos gorditos vestidos de amarillo con un silbato, con una libretita lista para la infracción, toqueteándole al semáforo para que el metrobus pasé a unos 80km por hora y la gente esté feliz porque sí funciona! De ahí aprendo que el 85 por ciento del tráfico de esta ciudad, es causado por estos curiosos personajes.

Sin embargo, mi trayecto no termina ahí, pero con un ligero suspiro y un “ufff, ya pasé lo peor”, sigo mi camino hacia el siguiente fatídico semáforo. En mi estrés de buscar a otro policía escondido detrás del semáforo (que no sé para que se esconden si la panza les sale), lo inevitable llega: un botecito de plástico con agua (sólo Dios sabe de dónde proviene) se presenta enfrente de mí y un chisguete sale a mi parabrisas. ¡Chin! ¡por p… ya me agarró este guey…” pienso. Después de ponerle una cara de “pues ya qué, límpialo”, me enojo conmigo misma por estar papaloteando y tener que pasar por el tormento de darle dinero a ese tipo y que ni siquiera sé si le gustará lo que le doy o me lo aventará seguido de una refinada frase que tanto nos gustan a los mexicanos.

Bajo la bolsa para que no me lleve la sorpresa de un cristalazo y checo que el semáforo esté en verde para poder avanzar. Le prendo al radio y sintonizo la famosa “Canción feliz” de Toño Esquinca para que pueda proseguir mi día de una manera optimista. Voy cantando. ¿Cómo relaja esa canción, no?

Sin embargo, nuevamente, otra lucecita roja se pone enfrente de mí. “Ahora sí no voy a caer”, pienso. Volteo para todos lados y veo a lo lejos a un tipito que va de coche en coche cazando al distraído para echarle el chisguetazo. “¡Ahora sí, éste se la pela!” digo en voy alta. Y cuando llega el momento de hacerle mil señas para decirle que no requiero de sus honorables servicios, una muchacha me sorprende por la ventana y me dice: “tome el volante”. Mi reacción inmediata es voltear al parabrisas para gritar un “nooooo” al limpiador y mi sorpresa es que ya es demasiado tarde. Nuevamente, ya hay un hombre trepado en mi cofre echándole esa famosa agua que “todo lo quita” enfrente de mí. Mi sorpresa aún es mayor cuando volteo al espejo retrovisor y tengo a otro monito limpiando el de atrás. “¡Chingao! (como diría mi papá) ya me la volvieron a hacer”. Ni modo, a sacar la bolsa del escondite y a apoquinar otros 5 pesitos. “Bueno, me digo, creo que me cayó una caca de paloma hace unos minutos”. Curiosamente, volteo a ver el volante que recibí y dice: “Se limpian alfombras”. Y me voy pensando que qué bueno que tengamos tantos servicios de limpieza en esta linda ciudad, y para no ensuciarla más, me quedaré con el papelito y lo tiraré en la basura de mi casa.

Y así siguen los kilómetros y los semáforos, sólo que al siguiente, ya no son los limpiaparabrisas los que me tocan, sino el vendedor de dulces, de mapas tamaño 3*3 de la ciudad (que sigo sin saber a quién se le ocurrirá comprar algo tan grande y qué utilidad puede tener), el reglamento de tránsito, las lamparitas con pluma incluída, los algodones de feria, los rompecabezas para niño sobre la República Mexicana, y por supuesto, no podía faltar, la María que se pone a tu lado y te dice: “una caridad por el amor de Dios”.

Y bueno, ya para no entretenerlos más, al final del día, después de subirme unas cuatro veces a mi coche y transitar por las calles de nuestra hermosa ciudad, volteo a mi monedero y me doy cuenta que gasté entre 35 y 40 pesos en las 3 ó 4 veces que los limpiaparabrisas se dieron cuenta que mi coche estaba sucio, en el niñito que se pintó de payaso y me dijo que lo ayudara con su educación, y con el viejecito de sombrero que me dijo que llevaba todo el año desempleado…

Y conste que no conté al viene viene de los 2 estacionamientos que tuve que pagar en plena vía pública (o sea, en la banqueta), al niño que me guardó las cosas en el súper y que me aplastó el pan bimbo que había comprado, al vigilante de coches en el estacionamiento del Wall Mart que “amablemente” se ofreció a ayudarme a guardar las 3 bolsas (que no me pesaban) en la cajuela y, por supuesto, los 3 pesos del estacionamiento. Sino, imagínense lo que me hubiera salido la cuenta!

Por cierto, casi siempre llego tarde a mi destino, y conste que salí dos minutos antes!

2 comentarios:

Pedro dijo...

Lo has escrito como socióloga que eres, ¿no, Ceci?

Sí, la Ciudad te devora.

Al final queda, después de leer tu blog, la duda de cómo cambiar las cosas. Cómo revertirlas. Si ya te vuelves parte de ellas.

¿Aislarte? ¿Resignarte? Rebelarte. Pero cómo. Ésa será la eterna duda.

Definitivamente lo natural es tratar de que la ciudad evolucione y lo haga hacia la mejora. Entiendo que evolucionar es cambiar paulatinamente, sin violencia, sostenidamente, sustantivamente; obligados a eliminar partes o características que no sirven y desarrollar otras que sí servirán. Prefiero ese término que revolución.

Isaac dijo...

Me gustó mucho el post, creo que es sano dejar a un lado las elecciones y toda la politiquería y escribir de cosas más personales. Me dio mucha risa leerlo y sin duda creo que deberíamos hacer una partida en el presupuesto mensual familiar específico para limosnas, viene vienes, chisgueteros, etc...