martes, 9 de junio de 2009

DEL VOTO Y OTRAS OPCIONES NULAS (O BLANCAS)

En tiempos de plena y recia campaña por el voto nulo se antoja conveniente hacer cosas con cierto grado de nulidad. Por ejemplo, comer pero con nulidad de subir de peso; dar nuestra opinión acerca de una persona con nulidad de ofenderla, abrazar y besar con total nulidad de contagio de influenza. Más aún: comprar a discreción y que quede intacto el saldo en cuenta.

Debiéramos ir pensando en qué más queremos anular al actuar aparte del comunicar rechazo al votar. Después de todo, el voto nulo habla de lo que no quiero afuera. O de lo que no quiero que de fuera me afecte.

Más importante aún es saber qué es lo que no quiero hacer que, al emanar de mí, afecte al medio inmediato a mí. Por dos simples razones: no vaya a ser que al afectar a alguien se me revierta esa acción negativa o que pudiendo haber hecho de mi hogar, comunidad o país un lugar más cálido y humano, sólo me haya dedicado a empobrecerlo faltando con ello a la ética, estética, justicia, ecología y paz.

Tarde o temprano ya no podremos anular más nuestro voto. O habremos muerto o nos convenceremos que no habrá el candidato ideal.

Pero de nosotros hay mucho negativo que quitar. Mucha plasta que se nos ha ido pegando con los años por no haber sabido perdonar, por acumular triunfalismo o comodidad, por atascarnos de una misma idea –de una misma cosa-, o por haber pensado una vez que no podíamos equivocarnos y no haber olvidado esa convicción ese lejano día cuando nos fuimos a dormir.


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