Era una mañana de julio en la Ciudad de México, de esas mañanas que gracias a las vacaciones escolares dejan ver algo de lo maravilloso que eran los famosos amaneceres de la región, aquellos que parecen pinceladas naranjas sobre un lienzo manchado de azul, blanco y negro.
Los albañiles se preparaban para colar, lo que no es más que verter el concreto sobre la cimbra ya lista desde hacía un día. El colado es todo un evento para los albañiles, en pocas palabras es el final de un proceso, la culminación de un esfuerzo previo, es como concluir una etapa para pasar a la siguiente. Normalmente se festeja con una comida debido a la magnitud del logro alcanzado.
La olla, es decir, el camión que contiene el concreto estaba lista para iniciar el bombeo, el gran evento estaba por comenzar, cuando de pronto dos motocicletas de la policía del Distrito Federal llegaron a interrumpir el momento, a romper con la magia.
Uno de los policías bajó de la motocicleta, pistola al cinto, lente obscuro pese a que el sol no llegaba a salir del todo, pantalón abajo de la cintura, como remembrando a Cantinflas, panza prominente que casi reventaba el chaleco antibalas, mismo que parecía asomar algunos rasguños ocasionados, mas que por las batallas contra la delincuencia, por el esfuerzo de contener tan grandiosa anatomía.
Se acercó a un albañil y con aquel tono tan característico de nosotros los chilangos le dice:
- Qué pasó mi chavo? ¿No saben que está prohibido colar en la calle?.
- Ah chingá oficial, ¿dónde dice eso?.
- Pues en el reglamento de tránsito actual de la Ciudá de México, claramente lo señala el artículo, el artículo 23.
- No pues no sabía, deje le hablo al arquitecto.
El arquitecto que se encuentra en la obra a esa hora es, en el mejor de los casos, un residente, aunque a veces el “arqui” es el “maistro”. Aunque no lo crean, la mayor parte de las decisiones importantes en una obra son tomadas por este personaje y no por un arquitecto o un ingeniero, el “maistro” es el arquitecto, el administrador y el director de la obra, claro, mientras el verdadero arquitecto está en Cuernavaca, desayunando en su casa, en una “comida” de negocios o simplemente atrapado en el tráfico de esta ciudad o en la cola de un banco. En este caso, si había un residente.
-¿Qué pasó oficial?- dijo el arquitecto. El arquitecto se reconoce porque a pesar de que la ley obliga a que todos los trabajadores traigan casco y botas, este personaje es el único que cumple con esto, además de traer dos o tres celulares colgando del cinturón y siempre llevar camisa de cuadritos inmaculada, no se cómo le hace, yo me paro dos horas a la semana en la obra y regreso lleno de cemento, tierra y alguna que otra sustancia extraña.
-Pues que no pueden colar, están violentando básicamente el artículo 32 del reglamento de tránsito de acá de la ciudá.- Respondió el oficial de policía.
-¿Me dijo mi chavo que había dicho el artículo 23?
-Por eso, ¿qué, se quiere poner violento con la autoridá?, eso también está penado, ¿quiere que llame una patrulla y lo súbamos?
-No oficial, sólo quiero que me enseñe el artículo donde dice eso.
De pronto el policía se alejó a platicar con su compañero, a manera de “team back” tomando el reglamento, creo que al revés, pero tratando de aparentar que lo leían con cara de intelectuales, poniéndose el dedo pulgar y el dedo índice en la barbilla, gesto que seguro aprendieron de alguna fotonovela o del mismísimo libro vaquero. Después de haber analizado casi científicamente el volteado reglamento se acercaron de nuevo al arquitecto.
-Pues, mire arqui, el punto es que está prohibido hacer esto.
De pronto el otro policía después de hablar por su radio intercomunicador se acerca y le dice algo al oído su negociador compañero, para después seguir la charla con el arquitecto.
-Como le digo, osea, lo que pasa es de que básicamente lo que está prohibido es opstruir la vía pública.
-Entonces no está prohibido colar.
-No se pase de listo, osea, lo que le estoy diciendo, tratando de explicar es por consiguiente que aquí se está cometiendo un ilícito, se está violentando la opstrucción de la vía pública y si quiere que no le páremos el colado pues tenemos que arreglarnos, solo un milagro podrá salvarlo.
Cabe señalar que el colado es todo un proceso de organización y logística, se tiene que cancelar con 24 horas de anticipación, el concreto no se puede regresar porque se echa a perder, los tiempos son importantísimos, casi milimétricos, es decir, no hay forma de parar un colado sin tirar a la basura varios miles de pesos. Un policía de esta ciudad, tal vez no sepa leer, tal vez no sepa escribir, ni multiplicar pero si algo sabe, es que un colado no se puede parar.
-¿Mil pesos?- dijo el arquitecto- Mire oficial, yo ya me arreglé con la patrulla, desde que arrancamos la obra me pongo a mano todos los viernes desde hace casi un año y llegamos a un acuerdo, hemos colado varias veces y no había nunca problemas. Llámele a su comandante.
-Uuuuh, eso dicen todos, o nos arreglamos o le paro la obra y me llevo a algunos de sus chalecos. Déjeme ver a Miguel Hidalgo y todo arreglado.
Harto de la discusión con el policía, el arquitecto tomó su celular y buscó entre sus contactos uno que decía “chota_de_obra”, lo marcó y comenzó una llamada alejado de la gente, de los policías y de la olla de concreto que daba vueltas esperando poder descargar su contenido.
Después de la llamada del arquitecto y en menos de dos minutos ya estaba una patrulla, de la cual bajaron otros dos esculturales oficiales, muy parecidos a los que ya estaban reclamando su mochada.
-¿Qué pasó pareja? ¿qué anda molestando aquí al coleguita? Ellos ya se pusieron a tono con nosotros, todo está en orden.
-No pareja-dijo el motociclista, tomó del hombro al oficial recién llegado y lo alejó de los constructores- Mira, a mi me vale, o se mochan o yo les paro el colado y de paso me llevo dos que tres chalecos.
-No te pongas así pareja, esto ya está hablado allá arriba. Bájale.
-Pues a mí me dijieron de arriba que viniera a parar el colado, si te pones loco le llamo a la 13-15 y me llevo entre las patas a unos cuantos.
Debido a lo ríspido que se empezó a poner la conversación de los oficiales, ambos guardianes de la ley utilizaron sus intercomunicadores para hablar con sus respectivos superiores.
- Delta, Delta, aquí tengo un 13-05 que presenta un 10-53 en contra de los “coleguitas” de la obra de la Calle 12. Delta, afirmativo, ellos ya están en 15-15 y son puntuales, cada viernes.
Al terminar sus respectivas llamadas se acercaron envalentonados el uno al otro.
-Pues así es parejita, como ya te dije, o se mochan o les paro el colado, me lo están autorizando desde un nivel más superior.
-No te puedo ayudar, ahorita lo arreglas con el comandante.
Mientras tanto, cada vez había más albañiles siendo testigos del pleito de los policías, y no contentos con observarlo, empezaban ya las porras y los gritos ingeniosos.
-¡El patrulla, el patrulla!- gritaban los obreros de la construcción.
-¡Págale con tu hermana!- gritaban otros.
-¡Yo tengo tu regarrote!- claro, no faltaron los albures.
Perro no come perro, rateros, arréglenlo a madrazos, son algunas de las frases que se oían desde la tribuna norte, frases dignas de los personajes que las emitían sin soltar la cuchara o cargando un bulto de cemento.
De pronto llegó al lugar de los hechos una camioneta de policía grande, del año y con vidrios polarizados, escoltada por dos motocicletas más, de la cual sólo se alcanzaba a ver un oficial con lente obscuro, el cual, sin hacer mucho aspaviento, llamó al motociclista, quien antes de subir llevó su mano a la cabeza, haciendo el típico saludo militar. Entró en el vehículo, cerró la puerta y después los vidrios.
Después de un minuto, bajó de la camioneta y se despidió con el mismo saludo militar con el que había saludado.
-Claro mi comandante, así le hacemos- fue lo único que dijo. Al bajar traía entre las manos una caja de uvas, así es, de uvas, de esas cajas de unicel que tienen las marchantas y que ponen para vender en sus puestos callejeros, seguramente fruto de algún tipo de extorsión a una pobre María de la zona.
De pronto, gayola dejó escuchar su cántico, después del famoso “uleeeeero” se empezaron a escuchar risas y consignas tales como:
- ¡Que barato salistes y querías mil varos!
- ¡Me hubieras dicho, yo tengo unas manzanas!
- Mejor que te paguen con plátanos, pinche ratero!
-¡Llévaselas a tu jefa la verdulera!
- ¡Si tenías hambre nos hubieras dicho!
-¡Querías pa’l chesco, mejor hazte un jugo di'uva!
Entre tan finos gritos del respetable, el motociclista, se puso su casco, le hizo una señal a su acompañante, guardaron las uvas en la pequeña cajuela de la moto, dejando en la calle la caja de unicel, se subió cada uno a su moto y dejaron el lugar.
Sin duda, en esta ciudad la corrupción tiene todo tipo de colores, matices, niveles, rangos, precios e incluso frutas. Pensó el arquitecto, mientras le daba la mano al policía de la patrulla. Todos siguieron sus labores normales, el colado se llevó a cabo y los albañiles tuvieron su comida. Mientras, llegó la tarde que nos volvió a regalar otro paisaje digno de ser un cuadro.
Era ya, una tarde de julio en la Ciudad de México, de esas tardes que gracias a las vacaciones escolares dejan ver algo de lo maravilloso que eran los famosos atardeceres de la región, aquellos que parecen pinceladas moradas sobre un lienzo manchado de azul, blanco y negro.